viernes, 4 de mayo de 2018

Antes del Incendio | Helios Peace

¡Hola Todos!
Hoy nos toca la cuarta entrada de la serie de relatos previa a mi novela "Crónica del Incendio". "Antes del Incendio" es una serie de cinco relatos protagonizados por cinco de los personajes de la historia. Todos tienen lugar antes de los eventos que se narran en "Crónica del Incendio"; este tiene lugar ocho meses antes de que empiece el libro. Helios es uno de los personajes que más peso tiene en la novela, por diversos motivos; aunque este es el único capítulo en el que "oiréis su voz".
La ilustración, como siempre, viene de la mano de Jota Ilustrador y como de costumbre es exactamente como imaginaba a Helios.
¡Espero que os guste!

Helios Peace

Ciudad Nueva


El barullo en el comedor de la Universidad es impresionante. Francamente, me sorprende que siendo poco más de doscientos alumnos entre todas las especialidades se las puedan apañar para hacer tantísimo ruido. Aunque claro, muchos de los alumnos son del Segundo Distrito. Allí no reciben el mismo tipo de educación en conductas sociales que recibimos aquí en el Centro. Supongo que su actitud es disculpable.

–¿Qué lees, Helios? –me pregunta Héctor, sacándome de mis divagaciones al sentarse a mi lado.
–En realidad nada, con este jaleo no puedo centrarme –respondo, apartando a un lado el prometedor artículo de la Dra. Augustine que estaba intentando leer. Aunque las publicaciones científicas lleguen a la Ciudad Nueva con años de retraso, siempre que logro hacerme con una la leo–. ¿Qué tienes tú ahí?
–Hmm, nada, materiales para la clase de Urbanismo Social –responde Héctor tendiéndome un par de detallados mapas de nuestra ciudad–. A ver si adivino; hoy tampoco has hecho los deberes.
Me encojo de hombros con un suspiro. Lo de que estudiase Ciencias Políticas fue idea de mi padre, no mía, así que supongo que no se me puede culpar si hacer los absurdos trabajos que nos mandan casi a diario me parece más bien poco interesante.
–¿Había que entregar algo? –pregunto sin embargo, porque lidiar con la ira de mi padre tampoco me apetece.
Héctor niega con la cabeza con una media sonrisa.
–Era la preparación para la excursión de esta tarde al gueto –me explica, antes de corregirse al verme alzar una ceja–. Bueno, para el estudio de campo. ¿Te hago un resumen rápido?
–Creo que conozco de sobra la distribución de la Ciudad Nueva –replico con sorna mientras observo los detallados mapas que Héctor ha extendido sobre la mesa.
Nuestra ciudad esta hermosamente diseñada para tener la forma de un círculo perfecto. En el centro de este se encuentra nuestro distrito: el Primer Distrito, aunque por motivos obvios todos lo llamamos el Centro. Dibujando un semicírculo en uno de sus lados está el Segundo Distrito, donde viven los trabajadores cualificados que tienen sus empleos en el Centro y las Fábricas. Formando otro semicírculo enfrente de este se encuentran las Fábricas, con la procesadora de coltán ocupando un lugar eminente entre estas.
Y en el lado exterior de las fábricas se encuentra el Tercer Distrito, donde vive la mano de obra de las fábricas. Son trabajadores sin ningún tipo de formación específica, fuerza de trabajo analfabeta. Muchos llaman al Tercer Distrito “el gueto”.
–Tú sabrás, Helios –me responde Héctor encogiéndose de hombros–. Creo que sería interesante que le echases un vistazo al Plan de Urbanismo Social, la distribución de viviendas en el Tercer Distrito…
Pongo los ojos en blanco con un suspiro.
–Ya sé qué hay en ese plan, Héctor –digo con tono de agotamiento antes de empezar a citar de memoria–. “El Gobierno asignará viviendas a los trabajadores de las fábricas dependiendo de la carga familiar de estos y del número de miembros útiles con los que cuente la estructura familiar. Los cambios en la estructura familiar conllevarán cambios de residencia inmediatos a decisión del Ministro del Tercer Distrito. Aquellos que no cuenten con trabajo ni familiares trabajadores…”
–Vale, vale –me corta mi compañero con una risilla–. Voy a hacer una excursión preliminar al gueto, para enterarme mejor cuando vayamos esta tarde. Total, no tengo nada que hacer en la hora libre –dice, con una sonrisa alegre–. ¿Te vienes?
Le dedico una mirada pensativa al artículo de Augustine que he dejado sobre la mesa, algo sobre la creación de una planta transgénica que se alimente de NO2 o SO2 o algo por el estilo. De cualquier modo, el artículo tiene ya varios años, que tarde unas horas más en leérmelo no va a cambiar nada.
–Vale, vamos –respondo sonriendo–. Quizá de esta consigas impresionar al profesor Fabra de una vez, ¿eh?
–Ni lo sugieras –murmura Héctor mientras recoge sus mapas, cabizbajo.
Cualquiera diría que ser hijo del profesor daría algún tipo de ventaja, pero el padre de Héctor es más exigente con su hijo que con ningún otro alumno de sus clases.
Salimos al exterior del campus y cogemos nuestras bicicletas. Debido al Tratado de Emisiones, hay un número máximo de veces que podemos usar cualquier transporte a motor por semana, aunque yo siempre intento evitar usarlo. Héctor tampoco lo usa mucho, porque detesta la idea de contaminar aún más el mundo tanto como yo.
Tenemos que pasar un par de controles de seguridad para cruzar la zona de las Fábricas. En cada uno de ellos los Agentes del Orden, ufanos en sus uniformes blancos, nos dan el alto. Sin embargo, saben distinguir a un habitante del Centro cuando lo ven y no nos hacen demasiadas preguntas ni nos impiden el paso, aunque cruzan miradas significativas.
–¿Por qué demonios les molesta tanto que vayamos al gueto? –escupo, cuando cruzamos el último control y nos acercamos a la verja que separa la zona de las Fábricas del gueto.
–Y qué más da –replica Héctor encogiéndose de hombros–. Dejemos aquí las bicicletas. Ten, ponte esto.
Mi amigo me tiende una especie de chaqueta negra de una tela que brilla de modo extraño.
–¿Qué demonios es eso?
–El uniforme del gueto, idiota –responde poniendo los ojos en blanco–. Los que tienen autorización para ir más allá de las Fábricas pueden llevar otro tipo de ropa. En caso contrario, tienen que llevar esto. ¿Es que no has leído nada de lo que nos mandó mi padre?
–No –respondo mientras cojo la chaqueta–. El Plan de Urbanismo Social ya lo había leído y el resto me dio pereza. ¿Por qué narices tenemos que ponernos esto?
–Porque debe haber como diez personas en todo el gueto que tienen permitido ir más allá de las fábricas y estoy seguro de que todos los conocen. ¿Quieres ir por ahí con una diana en la espalda o qué? –me explica Héctor con tono exasperado.
–No se atreverían a tocarnos.
–Bueno, yo no voy a arriesgarme –masculla él mientras se abrocha la chaqueta hasta el cuello y se pone la capucha–. ¿Listo?
–Listo –respondo poniéndome también la chaqueta.
Dejamos atrás las bicicletas y cruzamos la verja con cautela. Nada más dejar atrás la verja, el asfalto termina y comienza un suelo de tierra aplastada por los años de gente pisándola, sin rastro de vegetación. La primera línea de viviendas comienza unos metros más allá, y frunzo el ceño sin poder evitarlo.
–¿Esas son chabolas o casas oficiales?
Héctor las escudriña también, pensativo.
–Parecen casas oficiales. Si te fijas están alineadas y tienen más o menos el mismo tamaño. Creo que son las viviendas para familias de un solo individuo, las bipersonales estarán detrás –me explica, pero parece tan sorprendido como yo por el terrible aspecto de las casas oficiales.
–¿Cuántos tamaños de casa hay? –sigo preguntando mientras nos acercamos más.
Las paredes parecen endebles, como hechas de planchas de aglomerado o quizá de yeso sin ladrillos. Los techos son muy bajos y totalmente planos. Las ventanas están cubiertas con contraventanas de chapa y todas las puertas están cerradas. Un crío pelirrojo sale corriendo al vernos acercarnos.
–Creo que hay viviendas unipersonales, bipersonales y luego ya para familias de cuatro miembros en adelante. Lo que cambia es el tamaño de la habitación y el número de camas, me parece.
–¿La habitación? –repito, sorprendido.
–Las casas tienen una sola habitación donde está la cocina, el baño y el dormitorio, y el ordenador con conexión a la Red si la familia se lo ha ganado o lo necesita –recita Héctor con una expresión extraña–. Es para fomentar la socialización de esta gente… Para que pasen tiempo unos con otros…
A medida que avanzamos por las calles de tierra apisonada nos cruzamos con algunos habitantes del gueto; no muchos, la mayoría están trabajando en las fábricas ahora mismo. Pero todos los que deambulan por las calles tienen el mismo aspecto: caras sucias, dientes podridos y ojos inyectados en sangre. Todos tienen los labios agrietados y resecos, y parecen tremendamente delgados.
–No sé si querría pasar tiempo con esta gente –murmuro, entre aprensivo y espantado–. ¿No se pueden mejorar sus condiciones de vida?
Héctor sacude la cabeza y me doy cuenta de que está tan espantado como yo. Entre las viviendas oficiales proliferan las chabolas, la mayoría construidas con plásticos y cartones. ¿No se supone que el Gobierno da casa a todo el mundo?
–Esto no es lo que esperaba, Helios –dice, mirando a su alrededor con aire de profunda lástima–. He hablado con alumnos que hicieron esta excursión el año pasado… Nada de lo que me han contado se parece a esto.
–Vámonos –murmuro, incapaz de seguir viendo a esta gente desnutrida y deshidratada, sin poder hacer nada por ayudarlos. Sabía que la situación era muy distinta a la que se sabe oficialmente, llevo años sabiéndolo. Pero nunca creí que las cosas hubieran llegado a estos extremos–. Aquí somos unos completos inútiles. Tiene que haber algún modo de ayudar a esta gente.
Héctor se muerde el labio con fuerza.
–¿Tú te esperabas esto, Helios?
Aprieto los dientes, deseando romper algo o gritar. No me lo esperaba porque no he querido esperármelo. Porque desde niño he sabido que esta ciudad está construida sobre mentiras, pero jamás hubiera imaginado que las mentiras tuvieran consecuencias como estas.
–No –miento, sin embargo, porque aunque Héctor me caiga bien tampoco puedo confiar en él del todo–. Vámonos.
Héctor asiente y me sigue de vuelta a las fábricas. Apenas hemos estado diez minutos en el gueto, pero tengo el estómago revuelto. No creo que pueda seguir viviendo en el Centro y fingir que todo está bien. Esta gente está sufriendo porque yo estoy guardando silencio sobre todas esas mentiras que sé que existen. Porque no he querido dejar que me molesten, que arruinen mi vida perfecta.
Pero ya no puedo hacerlo más. Esto no está bien.

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