Hoy nos toca la cuarta entrada de la serie de relatos previa a mi novela "Crónica del Incendio". "Antes del Incendio" es una serie de cinco relatos protagonizados por cinco de los personajes de la historia. Todos tienen lugar antes de los eventos que se narran en "Crónica del Incendio"; este tiene lugar ocho meses antes de que empiece el libro. Helios es uno de los personajes que más peso tiene en la novela, por diversos motivos; aunque este es el único capítulo en el que "oiréis su voz".
La ilustración, como siempre, viene de la mano de Jota Ilustrador y como de costumbre es exactamente como imaginaba a Helios.
¡Espero que os guste!
Helios Peace
Ciudad Nueva
El barullo en el comedor de la Universidad es
impresionante. Francamente, me sorprende que siendo poco más de doscientos
alumnos entre todas las especialidades se las puedan apañar para hacer
tantísimo ruido. Aunque claro, muchos de los alumnos son del Segundo Distrito.
Allí no reciben el mismo tipo de educación en conductas sociales que recibimos
aquí en el Centro. Supongo que su actitud es disculpable.
–¿Qué lees, Helios? –me pregunta Héctor, sacándome
de mis divagaciones al sentarse a mi lado.
–En realidad nada, con este jaleo no puedo
centrarme –respondo, apartando a un lado el prometedor artículo de la Dra.
Augustine que estaba intentando leer. Aunque las publicaciones científicas
lleguen a la Ciudad Nueva con años de retraso, siempre que logro hacerme con
una la leo–. ¿Qué tienes tú ahí?
–Hmm, nada, materiales para la clase de Urbanismo
Social –responde Héctor tendiéndome un par de detallados mapas de nuestra
ciudad–. A ver si adivino; hoy tampoco has hecho los deberes.
Me encojo de hombros con un suspiro. Lo de que
estudiase Ciencias Políticas fue idea de mi padre, no mía, así que supongo que
no se me puede culpar si hacer los absurdos trabajos que nos mandan casi a
diario me parece más bien poco interesante.
–¿Había que entregar algo? –pregunto sin embargo,
porque lidiar con la ira de mi padre tampoco me apetece.
Héctor niega con la cabeza con una media sonrisa.
–Era la preparación para la excursión de esta
tarde al gueto –me explica, antes de corregirse al verme alzar una ceja–.
Bueno, para el estudio de campo. ¿Te hago un resumen rápido?
–Creo que conozco de sobra la distribución de la
Ciudad Nueva –replico con sorna mientras observo los detallados mapas que
Héctor ha extendido sobre la mesa.
Nuestra ciudad esta hermosamente diseñada para
tener la forma de un círculo perfecto. En el centro de este se encuentra
nuestro distrito: el Primer Distrito, aunque por motivos obvios todos lo
llamamos el Centro. Dibujando un semicírculo en uno de sus lados está el
Segundo Distrito, donde viven los trabajadores cualificados que tienen sus
empleos en el Centro y las Fábricas. Formando otro semicírculo enfrente de este
se encuentran las Fábricas, con la procesadora de coltán ocupando un lugar
eminente entre estas.
Y en el lado exterior de las fábricas se encuentra
el Tercer Distrito, donde vive la mano de obra de las fábricas. Son
trabajadores sin ningún tipo de formación específica, fuerza de trabajo
analfabeta. Muchos llaman al Tercer Distrito “el gueto”.
–Tú sabrás, Helios –me responde Héctor
encogiéndose de hombros–. Creo que sería interesante que le echases un vistazo
al Plan de Urbanismo Social, la distribución de viviendas en el Tercer
Distrito…
Pongo los ojos en blanco con un suspiro.
–Ya sé qué hay en ese plan, Héctor –digo con tono
de agotamiento antes de empezar a citar de memoria–. “El Gobierno asignará
viviendas a los trabajadores de las fábricas dependiendo de la carga familiar
de estos y del número de miembros útiles con los que cuente la estructura
familiar. Los cambios en la estructura familiar conllevarán cambios de
residencia inmediatos a decisión del Ministro del Tercer Distrito. Aquellos que
no cuenten con trabajo ni familiares trabajadores…”
–Vale, vale –me corta mi compañero con una
risilla–. Voy a hacer una excursión preliminar al gueto, para enterarme mejor
cuando vayamos esta tarde. Total, no tengo nada que hacer en la hora libre
–dice, con una sonrisa alegre–. ¿Te vienes?
Le dedico una mirada pensativa al artículo de
Augustine que he dejado sobre la mesa, algo sobre la creación de una planta transgénica
que se alimente de NO2 o SO2 o algo por el estilo. De
cualquier modo, el artículo tiene ya varios años, que tarde unas horas más en
leérmelo no va a cambiar nada.
–Vale, vamos –respondo sonriendo–. Quizá de esta
consigas impresionar al profesor Fabra de una vez, ¿eh?
–Ni lo sugieras –murmura Héctor mientras recoge
sus mapas, cabizbajo.
Cualquiera diría que ser hijo del profesor daría
algún tipo de ventaja, pero el padre de Héctor es más exigente con su hijo que
con ningún otro alumno de sus clases.
Salimos al exterior del campus y cogemos nuestras
bicicletas. Debido al Tratado de Emisiones, hay un número máximo de veces que
podemos usar cualquier transporte a motor por semana, aunque yo siempre intento
evitar usarlo. Héctor tampoco lo usa mucho, porque detesta la idea de
contaminar aún más el mundo tanto como yo.
Tenemos que pasar un par de controles de seguridad
para cruzar la zona de las Fábricas. En cada uno de ellos los Agentes del
Orden, ufanos en sus uniformes blancos, nos dan el alto. Sin embargo, saben
distinguir a un habitante del Centro cuando lo ven y no nos hacen demasiadas
preguntas ni nos impiden el paso, aunque cruzan miradas significativas.
–¿Por qué demonios les molesta tanto que vayamos
al gueto? –escupo, cuando cruzamos el último control y nos acercamos a la verja
que separa la zona de las Fábricas del gueto.
–Y qué más da –replica Héctor encogiéndose de
hombros–. Dejemos aquí las bicicletas. Ten, ponte esto.
Mi amigo me tiende una especie de chaqueta negra
de una tela que brilla de modo extraño.
–¿Qué demonios es eso?
–El uniforme del gueto, idiota –responde poniendo
los ojos en blanco–. Los que tienen autorización para ir más allá de las
Fábricas pueden llevar otro tipo de ropa. En caso contrario, tienen que llevar
esto. ¿Es que no has leído nada de lo que nos mandó mi padre?
–No –respondo mientras cojo la chaqueta–. El Plan
de Urbanismo Social ya lo había leído y el resto me dio pereza. ¿Por qué
narices tenemos que ponernos esto?
–Porque debe haber como diez personas en todo el gueto
que tienen permitido ir más allá de las fábricas y estoy seguro de que todos
los conocen. ¿Quieres ir por ahí con una diana en la espalda o qué? –me explica
Héctor con tono exasperado.
–No se atreverían a tocarnos.
–Bueno, yo no voy a arriesgarme –masculla él
mientras se abrocha la chaqueta hasta el cuello y se pone la capucha–. ¿Listo?
–Listo –respondo poniéndome también la chaqueta.
Dejamos atrás las bicicletas y cruzamos la verja
con cautela. Nada más dejar atrás la verja, el asfalto termina y comienza un
suelo de tierra aplastada por los años de gente pisándola, sin rastro de
vegetación. La primera línea de viviendas comienza unos metros más allá, y
frunzo el ceño sin poder evitarlo.
–¿Esas son chabolas o casas oficiales?
Héctor las escudriña también, pensativo.
–Parecen casas oficiales. Si te fijas están
alineadas y tienen más o menos el mismo tamaño. Creo que son las viviendas para
familias de un solo individuo, las bipersonales estarán detrás –me explica,
pero parece tan sorprendido como yo por el terrible aspecto de las casas
oficiales.
–¿Cuántos tamaños de casa hay? –sigo preguntando
mientras nos acercamos más.
Las paredes parecen endebles, como hechas de
planchas de aglomerado o quizá de yeso sin ladrillos. Los techos son muy bajos
y totalmente planos. Las ventanas están cubiertas con contraventanas de chapa y
todas las puertas están cerradas. Un crío pelirrojo sale corriendo al vernos
acercarnos.
–Creo que hay viviendas unipersonales,
bipersonales y luego ya para familias de cuatro miembros en adelante. Lo que
cambia es el tamaño de la habitación y el número de camas, me parece.
–¿La habitación? –repito, sorprendido.
–Las casas tienen una sola habitación donde está
la cocina, el baño y el dormitorio, y el ordenador con conexión a la Red si la
familia se lo ha ganado o lo necesita –recita Héctor con una expresión
extraña–. Es para fomentar la socialización de esta gente… Para que pasen
tiempo unos con otros…
A medida que avanzamos por las calles de tierra
apisonada nos cruzamos con algunos habitantes del gueto; no muchos, la mayoría
están trabajando en las fábricas ahora mismo. Pero todos los que deambulan por
las calles tienen el mismo aspecto: caras sucias, dientes podridos y ojos
inyectados en sangre. Todos tienen los labios agrietados y resecos, y parecen
tremendamente delgados.
–No sé si querría pasar tiempo con esta gente
–murmuro, entre aprensivo y espantado–. ¿No se pueden mejorar sus condiciones
de vida?
Héctor sacude la cabeza y me doy cuenta de que
está tan espantado como yo. Entre las viviendas oficiales proliferan las
chabolas, la mayoría construidas con plásticos y cartones. ¿No se supone que el
Gobierno da casa a todo el mundo?
–Esto no es lo que esperaba, Helios –dice, mirando
a su alrededor con aire de profunda lástima–. He hablado con alumnos que
hicieron esta excursión el año pasado… Nada de lo que me han contado se parece
a esto.
–Vámonos –murmuro, incapaz de seguir viendo a esta
gente desnutrida y deshidratada, sin poder hacer nada por ayudarlos. Sabía que
la situación era muy distinta a la que se sabe oficialmente, llevo años
sabiéndolo. Pero nunca creí que las cosas hubieran llegado a estos extremos–.
Aquí somos unos completos inútiles. Tiene que haber algún modo de ayudar a esta
gente.
Héctor se muerde el labio con fuerza.
–¿Tú te esperabas esto, Helios?
Aprieto los dientes, deseando romper algo o
gritar. No me lo esperaba porque no he querido esperármelo. Porque desde niño
he sabido que esta ciudad está construida sobre mentiras, pero jamás hubiera
imaginado que las mentiras tuvieran consecuencias como estas.
–No –miento, sin embargo, porque aunque Héctor me
caiga bien tampoco puedo confiar en él del todo–. Vámonos.
Héctor asiente y me sigue de vuelta a las
fábricas. Apenas hemos estado diez minutos en el gueto, pero tengo el estómago
revuelto. No creo que pueda seguir viviendo en el Centro y fingir que todo está
bien. Esta gente está sufriendo porque yo estoy guardando silencio sobre todas
esas mentiras que sé que existen. Porque no he querido dejar que me molesten,
que arruinen mi vida perfecta.
Pero ya no puedo hacerlo más. Esto no está bien.
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