viernes, 27 de abril de 2018

Antes del Incendio | Willow Wannamaker

¡Hola Todos!
Hoy nos toca la tercera entrada de la serie de relatos previa a mi novela "Crónica del Incendio". "Antes del Incendio" es una serie de cinco relatos protagonizados por cinco de los personajes de la historia. Todos tienen lugar antes de los eventos que se narran en "Crónica del Incendio"; este en concreto tiene lugar once meses antes de que empiece el libro. Como quizá recordaréis si habéis leído la sinopsis, Willow es uno de los dos personajes principales de la novela... y una de los favoritos de todos mis lectores beta. También es el personaje más complejo y con más capas. 
La ilustración, como siempre, viene de la mano de Jota Ilustrador y es exactamente como imaginaba a mi chica guerrera. Y el gallego es cortesía de mi queridísima Lia, porque como hubiera dependido de mí Neira hubiera sido un desastre. Dadle las gracias por habernos salvado a todos de un horror estereotipado.
¡Espero que os guste!

Willow Wannamaker

Vinland

La nieve cubre cada centímetro de la ladera de la montaña. Incluso de noche puedo ver perfectamente sin necesidad de pyro, porque el blanco refleja la luz de las pequeñas linternas portátiles que hemos colocado a nuestro alrededor. Borya, el único vinlandés del grupo, construyó un par de parapetos de nieve para que la luz no fuera muy visible desde el pueblo. De cualquier modo, el cielo está inusualmente despejado, así que la nieve refleja también la luz de las estrellas. Cada vez que las miro danzan en el cielo, formando estelas que me recuerdan a los neones de Paradise City.
A Warren.
Le lanzo una mirada aviesa al comunicador, que lleva horas en silencio. Zasha se ha ido al pueblo con la mayor parte de nuestra banda. Nos ha dejado a Neira y a mí aquí, esperando por si necesitan refuerzos o que les saquemos de una mala situación. Puedo ver las luces del pueblo, al pie de la ladera helada. El viento sacude el lugar entero como si quisiera tirar abajo la montaña. Juro que daría cualquier cosa por estar ahí abajo con Zasha y el resto, peleando. Al menos así entraría en calor.
–Puto frío –mascullo entre dientes y la carcajada de Neira me llega desde algún punto a mis espaldas.
Coitadiña –se mofa, y aunque no entiendo qué djinns ha dicho la burla está implícita en su tono de voz.
–No me hables en nóvense –resoplo, mientras Neira vuelve a reírse–, ¿o quieres que empiece a darte órdenes en paradisíaco?
–No es novense, Wannamaker –replica mientras salta al suelo desde el parapeto en el que estaba encaramada–. Y por mucho que Zasha diga que eres la segunda al mando, eso es algo que tienes que ganarte.
–Como si yo quisiera algo de vosotros –escupo, mientras cojo el comunicador de nuevo–. Zasha. ¿Lo tenéis ya o no?
Solo recibo estática como respuesta. No puedo ni plantearme que a Zasha Záitsev, el único amigo que me queda sobre la faz de la tierra, el jefe de mi banda de mercenarios, la persona que me ha traído a luchar a Vinland, le haya pasado algo. Asumo que estarán intentando hacer alguna operación retorcida de esas que ingenia Borya.
La verdad es que no tengo ni idea de qué va esta guerra, ni me importa una mierda. Hace casi un año que Zasha me ofreció un puesto en su banda, lo que significaba viajar a un lugar lejos de Paradise City y de la posibilidad de acabar con la katana de Warren en las tripas. Eso era todo lo que necesitaba saber. Eso, y que había una paga, claro. ¿Qué me importa a mí si el gobierno es cruel o si los rebeldes sufrían bajo el yugo de nadie? El que paga hace la ley, eso lo aprendí en las calles hace tiempo.
–¿Todos los outsiders ponéis esa cara de asco cuando pensáis o eres tú sola?
–¿Todos los novenses tenéis diarrea verbal o eres tú sola, Neira?
La rubia novense me responde con una risilla y siento como se deja caer en la nieve a mi lado, sujetando su rifle de francotiradora entre las manos. Podría decirle que Zasha le ha ordenado que vigilase desde lo alto del parapeto y que no debería abandonar su puesto. Pero ser jefe es el trabajo de Zasha, no el mío.
–Sabes, siempre me he hecho muchas preguntas sobre los outsiders.
Le respondo con un gruñido molesto mientras empiezo a frotarme las manos y echarme el aliento sobre ellas, tratando de recuperar algo de sensibilidad en los dedos helados, pero sin mucho éxito.
–Todo eso de que maestro y aprendiz tengan que matarse el uno al otro… es un poco melodramático, ¿no?– insiste.
Le lanzo la mejor de mis miradas asesinas sin poder evitarlo.
–¿Qué djinns te ha contado Zasha?– escupo, buscando mi látigo en mi cadera antes de darme cuenta de que está enrollado al fondo de mi mochila, porque se supone que ya no soy una outsider y no debería usarlo.
Aunque el tatuaje sobre la ceja no va a desaparecer así como así.
–Nada, nada –responde Neira alegremente, como si no se diera cuenta de que estoy deseando cargármela–. Es curiosidad, pero vamos, se ve que el dramatismo es requisito para entrar en el gremio. Qué pose de asesina a sueldo…
Su forma de meterse conmigo me recuerda a Warren y no puedo evitar una media sonrisa. En menos de un segundo, observo su postura y la distancia con el hueco de salida en el parapeto y sonrío más ampliamente.
–¡Eh! –protesta Neira cuando le asesto un golpe seco en la parte alta del brazo.
Resbala hacia atrás en la nieve mientras suelta el rifle y sus dedos buscan algo a lo que agarrarse. La nieve se desmorona entre sus dedos y abre los ojos muy ampliamente, casi con pánico, mientras se precipita al vacío por el hueco.
La agarro por el tobillo justo antes de que empiece a rodar ladera abajo.
        –Qué merda tés! –me grita con rabia en ese maldito idioma que no hablo–. Mira merdeira, ou subes a corda, o xúrote que fago un caldo cos teus ósos…
        –¿Te suelto entonces?
Neira me mira en silencio, con un gesto que mezcla el enfado con una chispa de diversión.
No debería cogerle cariño a esta gente. No debería cogerle cariño a nadie.
La nieve en torno a Neira se vuelve luminiscente, arrancando mil destellos al aire, envolviendo su figura despatarrada como un velo de luz. Entrecerrando los ojos, aparto la vista de la escena y miro hacia el interior del parapeto, donde el reflejo rojizo de las linternas portátiles en la nieve me recuerda demasiado al filo de la katana de Warren.
Warren.
–¿Vas a subirme o no? –protesta Neira, y tiro de ella bruscamente.
La rubia se queda un momento tendida boca arriba, recuperando el aliento con expresión de desconcierto.
–Eres el bicho más raro que he visto nunca, Wannamaker.
–Es por el prestigio –murmuro, con la vista aún fija en los reflejos rojizos que me hacen pensar en Warren–. Por mantener el equilibrio, también. Al principio los outsiders no eran como ahora, había más de trece. Una mujer alzó a casi cien contra una de las grandes corporaciones. Perdió, pero estuvo a punto de ganar. Desde entonces nunca ha habido más de trece de nosotros a la vez, para que nunca seamos tantos que pudiéramos destruir a una corporación.
Neira asiente, pensativa. Por lo que sé, pasó parte de su adolescencia en Paradise City como mercenaria, así que las corporaciones habrán sido su día a día. Hoy matas para Prometeo, mañana espías para Nova. Grandes empresas que gobiernan Paradise City con mano de hierro, con una remota apariencia de legalidad de cara a las otras ciudades-estado.
Basura criminal, nada más.
–Pero en mi mundo todo tiene que ver con el prestigio –continúo, y realmente no estoy segura de si se lo estoy contando a Neira o estoy… ¿qué estoy haciendo? –. Me llamas dramática, pero no entiendes que el miedo es parte de lo que vendemos. Terror. “Enviaré a un outsider a por ti” es una amenaza efectiva porque la gente nos teme. ¿Prefieres un tiro en la cabeza o que te dé latigazos con una cadena al rojo vivo, que cada latigazo venga acompañado de una descarga eléctrica hasta que mueras por las heridas o por un infarto?
–Recuérdame que no te cabree nunca, Wannamaker –masculla Neira mirándome de reojo–. ¿Y qué tiene eso que ver con matar a los aprendices?
–¿Qué te da más miedo, un tipo que cría a un chaval desde su infancia y lo convierte en mercenario o el tipo que cría a ese niño y lo mata sin piedad al llegar el momento en el que ya no le es útil? –pregunto, poniendo los ojos en blanco–. Es un equilibrio delicado, porque un aprendiz mediocre puede costarte la vida en una misión, pero uno excepcional…
–Ya –me interrumpe Neira–. ¿Quién carallo querría entrenar a alguien que acabará matándote?
Warren.
–La cosa es si quieres un aprendiz de mierda que pueda costarte la vida en una misión, o uno que te mantenga con vida hasta poder hacerse con tu puesto –mascullo, mientras me fijo en que la luz de las linternas comienza a desparramarse por la nieve como fuego líquido, alcanzando el parapeto y los pies de Neira.
Brilla tanto que creo que me van a llorar los ojos.
–Estáis como putas regaderas, Wannamaker –escupe Neira, pero antes de que termine de hablar el pueblo al pie de la montaña se ilumina súbitamente.
El sonido tarda aún unas milésimas de segundo en llegar, pero entiendo que Zasha y los demás están teniendo problemas.
Cona! –exclama Neira, cogiendo su rifle y apartándose el pelo empapado de los ojos.
–Zasha –llamo por el comunicador, ignorándola–. Zasha, ¿qué djinns ha pasado? ¿Qué hay ahí abajo?
Por el comunicador solo recibo estática, pero del pueblo nos llega el inconfundible sonido de los disparos. Eso quiere decir que, como mínimo, algunos de los nuestros están vivos.
–¿Tenemos que ir a salvarle el culo a tu novio? –pregunta Neira, acercándose a la salida del parapeto.
–No es mi novio, novense –bufo mientras me acerco a ella y le doy un empujón para que baje.
Sin embargo, no parece en absoluto intimidada.
–Con lo encantadora que eres, me pregunto por qué será.
No respondo a la provocación. La aparto con brusquedad y empiezo a bajar por la ladera, viendo la luz naranja de las explosiones derramarse sobre el cielo nocturno y mezclarse con el blanco brillante de las estrellas. Es tan bonito que por un momento me pregunto si no podría sencillamente quedarme aquí, contemplándolo.
Sacudo la cabeza. Las cosas bonitas no sirven de nada. No debería importarme la seguridad de Zasha. No debería caerme bien Neira. Al final todos me traicionarán, al final todos me apartarán de su lado cuando dejen de necesitarme. Así son las cosas.
Así han sido siempre en Paradise City.

viernes, 20 de abril de 2018

Antes del Incendio | Matías Moreno

¡Hola Todos!
Como veis, sigo con la serie de relatos previos a mi próxima novela. "Antes del Incendio" es una serie de cinco relatos protagonizados por cinco de los personajes de la historia. Todos tienen lugar antes de los eventos que se narran en "Crónica del Incendio"; este en concreto tiene lugar un año antes de que empiece el libro. Además... hoy os presento a mi personaje favorito.
Sí, tengo favoritos, qué le vamos a hacer. La ilustración, por supuesto, es de Jota Ilustrador y me pareece que representa perfectamente al personaje. ¡Espero que os guste!

Matías Moreno

Ciudad Nueva

Me despierto de golpe, alguien está sacudiéndome el hombro izquierdo con fuerza. Tardo un segundo en darme cuenta de dónde estamos, porque estaba soñando con papá y mamá. Pero no. En la desvencijada chabola de plásticos robados de la basura de las fábricas y cartones de los embalajes solo estamos Lili y yo. Por cómo me sacude el brazo diría que tenemos problemas.
–¡Tenemos que irnos, Mat!
A pesar de que está muy nerviosa, Lili no alza demasiado la voz ni se queda paralizada. En cuanto ve que empiezo a incorporarme, se aparta de mí y se pone a recoger nuestras cosas: una manta raída que llevamos mucho tiempo guardando con nosotros, una bolsa de fruta deshidratada que mangué ayer de la cocina de alguien y la pulsera de cuerda de mamá.
–¿Qué pasa? –pregunto mientras me acerco a mi hermana, aún medio dormido.
Lili señala hacia arriba, haciendo una mueca de preocupación. El techo de plásticos y cartones que montamos ayer por la tarde está extrañamente flojo. Suelto la palabrota más ofensiva que conozco al darme cuenta de que después de un par de días, la lluvia ácida ha empezado a deshacer el plástico y a empapar el cartón. Pronto nuestro improvisado refugio se derrumbará encima de nosotros.
–No digas palabrotas.
Suelto una risa rápida. Una niña de siete años tan seria y tan solemne al regañarme es una escena divertida. Supongo que casi tanto como verme a mí decir palabrotas.
–¿A dónde tienes pensado ir, Lil? –pregunto mientras empiezo a envolverme los pies con bolsas de plástico raídas.
Lili se acerca a la entrada de la chabola, con aire pensativo. Aún está muy oscuro, así que debe ser de noche y no sé cuánto queda para que termine el toque de queda, pero por el ruido de la lluvia no parece que vaya a dejar de llover pronto. Seguramente se haya acumulado suficiente agua como para que si se desploma sobre nosotros el techo nos haga quemaduras serias. Probablemente mucho más que las pequeñas ampollas que ya hemos aprendido a curarnos.
–No lo sé, Mat –murmura Lili, con tono preocupado–. ¿Al lavadero? Hará más frío que aquí, pero tiene techo de cemento.
Suspiro, pensativo. Construimos la chabola pegada a una de las salidas de ventilación de las fábricas, de tal modo que podíamos contar con aire calentito a casi todas horas. Ahora en invierno es maravilloso, pero de nada nos va a servir estar calientes si nos abrasa la lluvia ácida.
–Podemos quedarnos ahí hasta que deje de llover y luego reconstruirla, es buena idea.
Mi hermana sigue plantada contra la salida de la chabola, muy quieta. Mientras dura el toque de queda, no hay suministro eléctrico en el gueto. Sin embargo la luz del Centro se refleja en las nubes e ilumina nuestras calles de tierra apisonada, así que puedo ver la silueta de Lili. Aunque solo es un año más joven que yo, es mucho más bajita. Mamá y papá murieron cuando era muy pequeña, así que creo que no ha crecido muy bien. Pero es una buena niña, casi nunca tiene miedo y piensa rápido.
No sé qué haría sin mi hermana.
–¿Con qué nos tapamos? –me pregunta, con el mismo tono de preocupación que antes.
Me rasco la nuca, nervioso. Los dos llevamos los pies envueltos en bolsas de plástico, pero aparte de eso no hay mucho más con lo que cubrirnos y no se me ocurre nada. Lo de esperar en el lavadero suena muy bien, pero si llegamos allá llenos de quemaduras tendríamos que buscar ayuda. Entonces nos separarían.
–El lavadero está a cinco calles de aquí –razono, tratando de calcular mentalmente–. Eso son como… veinte minutos andando, podemos hacerlo corriendo en mucho menos. Coge tú la manta y por debajo te ponemos plásticos de las paredes, total, se va a caer igual.
–Si empezamos a quitarle cachos se caerá aún más rápido –dice ella.
Me encojo de hombros.
–Pues mejor que nos demos prisa.
–¿Y con qué te vas a tapar tú? –insiste, sin estar convencida.
Agh. Qué pesada es. Cuanto más mayor se hace más pesada se pone, pero en el fondo me gusta saber que se preocupa por mí.
–Con lo mismo –respondo, intentando sonar serio–. Yo soy mayor, no necesito la manta encima.
–Pero…
–¡Vamos, Lili, estamos perdiendo el tiempo!
Mi hermana aprieta los dientes, enfadada, pero no protesta más. Lleva viviendo conmigo toda su vida, así que sabe de sobra que es inútil discutir cuando tengo toda la razón. Agarra uno de los plásticos transparentes que cuelgan cerca de la entrada, tira de él con cautela hasta desprenderlo de la endeble pared y se lo echa a los hombros. Se vuelve hacia mí como si quisiera preguntarme algo.
–Uno o dos más y la manta –ordeno, mientras empiezo a tirar de uno de los plásticos de otra de las paredes.
–¡Mat! –dice Lili casi gritando, y veo como el techo de la chabola empieza a hundirse.
Le lanzo la manta sobre la cabeza sin fijarme mucho en si cae donde debe.
–¡Corre, al lavadero! –grito, mientras le doy un empujón y acabo de arrancar el plástico de un tirón.
Conseguimos salir antes de que la chabola se nos caiga encima y echamos a correr como locos por las calles. Tenemos que darnos prisa, porque las bolsas tienen agujeritos y aunque tengamos los pies duros el barro ácido puede hacernos daño.
Corremos mirando al suelo, porque si la lluvia ácida nos toca los ojos nos quedaremos ciegos o perderemos mucha vista, conozco a gente a la que le ha pasado. Lili y yo llevamos siempre el pelo más largo de lo normal, ayuda a proteger la cabeza y el cuello. En realidad, la lluvia ácida solo es un peligro si pasas demasiado tiempo bajo ella, así que la mayor parte de la gente prefiere raparse para no desperdiciar agua limpia en lavarse el pelo... Pero Lili y yo vivimos en la calle.
Llegamos al lavadero muy rápido y saltamos el escalón para entrar sin detenernos. Es una construcción abandonada donde antes se lavaba la ropa. En el medio hay una especie de agujero donde antes había agua limpia y sobre ello un techo sostenido por columnas, pero no tiene paredes. Por eso normalmente hace frío. Lili tira el plástico lejos de ella, frotándose los hombros. Enseguida se agacha para quitarse las bolsas de los pies.
–¿Estás bien? –pregunto, nervioso, y Lili me mira con una sonrisa.
–Estoy bien. Nos hemos preocupado demasiado –dice mientras me acerco a ella–, no tengo ninguna quemadura.
–¿Ninguna, ninguna? –insisto, porque ha vuelto a frotarse el hombro.
Lili hace una mueca dando un paso hacia atrás.
–¡Eres un pesado, Mat! –protesta mientras me abalanzo sobre ella.
–Y tú una cría –replico presumiendo mientras le aparto un poco el cuello de la camiseta vieja que lleva–. Tienes una ampollita, Lili. Te la voy a secar bien para que el agua ácida no te queme más.
Lili refunfuña, pero no protesta mientras le seco la leve quemadura con la manga de mi propia camisa.
–¿Tú estás bien? –dice cuando termino, sentándose contra una de las columnas.
–Sí, claro –miento mientras me siento a su lado, tratando de ignorar lo mucho que me duele el pie derecho.
–¿Cuánto crees que queda para que se haga de día? –pregunta Lili mientras juega con una de sus trenzas medio deshechas.
–No lo sé. ¿Por qué no duermes un poco?
–Porque tengo frío –responde en voz baja, y me doy cuenta de que está tiritando.
Empiezo a frotarle la espalda, intentando evitar la ampolla del hombro. Cuando mamá y papá murieron, lo normal hubiera sido que el Gobierno se hiciera cargo de nosotros, aunque no siempre ocurre así. Normalmente, que el Gobierno se haga cargo de ti significa que te dan a otra familia, pero mamá nos había contado cómo muchos niños se convertían en esclavos de su nueva familia y cosas peores. Además, nos hubieran separado.
Vivir en la calle es difícil, pero Lili es valiente y yo soy duro, rápido y listo. Siempre recuerdo lo que me enseñaron mamá y papá: a ser el más rápido y el más listo cuando no puedo ser el más fuerte. También he aprendido cosas yo solo: a mangar, a distinguir entre la basura la comida que podemos comer de la que nos dará dolor de estómago y cagalera, a hacer tratos y a construir chabolas.
Aunque esta última no me salió muy bien, la verdad.
Lili comienza a respirar más despacio y entiendo que se ha dormido. Con cuidado, le meto la mano en el bolsillo y compruebo que la pulsera de mamá está ahí. Hemos perdido la comida, pero la pulsera no. La pulsera es todo lo que tenemos de mamá… pero para Lili es peor, porque casi no se acuerda de ella. Después de pensarlo un poquito, empiezo a atar la cuerda trenzada en la muñeca delgadísima de mi hermana.
–¿Qué haces, Mat? –murmura Lili, entreabriendo un poquito los ojos.
–Nada, Lili. Vuelve a dormir, anda.
–No te vayas –murmura mientras me agarra la camiseta con fuerzas, y entiendo que está teniendo una pesadilla.
Sonrío un poquito para que se le pase.
–Estaré aquí cuando te despiertes –digo en voz baja mientras ella vuelve a dormirse–. Estaré aquí siempre, Lili.

viernes, 13 de abril de 2018

Antes del Incendio | Warren Lighthouse

¡Hola Todos!
Como muchos ya sabréis y muchos otros no... en mayo se publicará mi segunda novela de ficcion, "Crónica del Incendio". Es una novela de ciencia ficción juvenil postapocalíptica bastante movidita, aquí os dejo la sinopsis:
Año 2177. Tras pasar por la Tercera Guerra Mundial, una catástrofe nuclear y la crecida del océano, el planeta Tierra parece haber alcanzado un periodo de calma. Los pocos humanos supervivientes se organizan en ciudades-estado de poco más de mil habitantes, tratando de sobrevivir sin agotar los escasos recursos que les quedan.
En la Ciudad Nueva, Luna Riversong, una estudiante huérfana de diecisiete años nacida en el gueto, lucha por seguir adelante en una dictadura en la que cada segundo de su vida es grabado y analizado por cámaras de vigilancia. Mientras agacha la cabeza y trata de abrirse camino en un mundo al que muchos consideran que no pertenece, la rebelión comienza a fraguarse en su entorno… y en el corazón de Luna.
Al otro lado del mundo, en la helada tierra de Vinland, Willow Wannamaker lucha en una guerrilla sin cuartel. Criada en las calles, sin pistas sobre sus orígenes y entrenada como asesina a sueldo, Willow no se detendrá ante nada con tal de sobrevivir a cada nueva batalla… o de volver junto al amante que dejó atrás y al lugar donde nació. La más oscura de las ciudades-estado: Paradise City.
Mientras Luna comienza a avivar las llamas de la rebelión, Willow se lanza en un viaje a través de medio mundo en busca de una vida mejor. A través de sus ojos nos asomaremos a un futuro incierto, oscuro y despiadado.
Un futuro a punto de arder
Si os ha gustado esta sinopsis, quizá os interese lo que viene ahora... desde el día de hoy hasta la fecha de publicación de la novela, iré subiendo cinco relatos cortos previos a la historia principal, cada uno de ellos centrado en uno de los cinco personajes principales e ilustrado por el maravilloso Jota Ilustrador. Hoy le toca el turno a Warren Lighthouse. Espero que os guste.

Warren Lighthouse 

Paradise City

No puedo dejar que esto pase.
El piso franco es diminuto, o quizá me lo parece porque he estado recorriéndolo arriba y abajo desde hace horas. El salón solo tiene una mesa con un par de sillas y un sofá roñoso en el que he dejado tirada mi katana enfundada. Me muero por salir y hacer probar a alguien mi filo, pero no encuentro fuerzas para salir ahí fuera y ser quien soy.
Joder, me encanta mi vida. Me encanta ser el mejor en lo que hago, me encanta que mi nombre sea una leyenda que se murmura con miedo en los callejones de la ciudad. Me encanta cada detalle de lo que tengo ahora y por todos los djinns, me ha costado mucho llegar hasta aquí.
¿Y voy a mandarlo todo a la mierda por una chica?
Dejo de dar vueltas por el salón como un desquiciado y me dejo caer en el sofá, recorriendo con el índice derecho la forma del tatuaje que tengo sobre la ceja. Aunque no lo vea, conozco de memoria todas y cada una de las aristas que hay grabadas en tinta verde sobre mi ceja. Ser digno de la espiral y de todo lo que representa me ha costado más de lo que nadie puede llegar a imaginar.
Soy un outsider. La mera palabra provoca pavor entre los habitantes de Paradise City, pero a mí nunca me hizo sentir semejante cosa. Me hizo sentir anhelo, deseo y envidia. Hizo que, desdeñando la seguridad del burdel donde me habían criado las amigas de mi madre, buscase un maestro que pudiera entrenarme para convertirme en aquello que todos temían. He luchado desde niño para que no haya absolutamente nada fuera de mi alcance y no hay un outsider mejor que yo en toda la maldita ciudad.
Me levanto de golpe y cojo un cuchillo de la mesa, uno de los de Will. ¿Cuántas veces le he dicho que no deje sus armas tiradas por todas partes?
Es terca. El mero pensamiento me hace sonreír. Es terca, no sabe obedecer y no quiere aprender a hacerlo. Es demasiado temeraria, es demasiado impulsiva, tiene demasiados escrúpulos y una sonrisa preciosa.
¡Mierda! – mascullo mientras lanzo el cuchillo contra la pared de enfrente.
Se hunde profundamente en la pared y me quedo mirándolo fijamente. Maldita sea, Will. Cruzo la habitación en dos zancadas y arranco el cuchillo de la pared de un tirón seco, arrancando un buen trozo de yeso. Por más que lo intento, no puedo imaginarme clavándoselo a Will más de lo que podría clavármelo a mí mismo.
Lo cual significa que ella será quien acabe conmigo.
¿Pero quién cojones ideó este sistema tan enfermizo?
De acuerdo, somos una élite de asesinos. Vale, no debería haber más de trece de nosotros a la vez. Pero todo esto que maestro y aprendiz se enfrenten a muerte cuando el aprendiz cumple los diecinueve y solo uno sobreviva es una puta locura. Supongo que la solución será coger aprendices mayores de diecinueve, pienso con amargura mientras vuelvo a lanzar el cuchillo, que se hunde en el mismo punto que la vez anterior pero más profundamente. Quiero destrozar algo, quiero matar a alguien.
Will cumple diecinueve en tres días o eso dijo cuando la recogí. Quizá ya los tenga, con los niños abandonados nunca se sabe. Entonces no tendría que matarla. Tal vez ella podría renunciar a lo que es, quitarse el tatuaje y… Djinns, me río solo de pensarlo. Will renunciando a ser una outsider. Will renunciando a ser una mercenaria de élite, Will borrándose el tatuaje y dejando de ser la asesina lenguaraz que es. No puedo imaginármelo y tampoco tengo claro que pudiera quererla si ella fuera de otra manera.
Mataría a cualquiera antes que matar a Will. Pero no quiero dejar de ser un outsider.
A eso se reduce todo. Matar a la única persona que me entiende, que me acepta tal y como soy, que no mira mis ojos rasgados como una rareza. La única persona que no me teme. ¿Cómo podría matarla?
Pero luego pienso en todo lo que he pasado para llegar hasta aquí y todo lo que ella ha pasado para llegar hasta donde está.
Si yo fuera ella, no me dejaría con vida.
Matarla o que me mate. O intentar no hacerlo, no enfrentarnos el uno al otro y tratar de seguir con nuestras vidas… y que todos los outsiders de Paradise City se nos echen encima y nos maten a ambos por desobedecer los códigos de la ciudad.
Arranco el cuchillo de la pared de un tirón seco.
¿Es que esta habitación se ha vuelto aún más pequeña?
Recojo mi katana del sofá con brusquedad, tirando el cuchillo de Will al suelo mientras me sujeto la funda a la espalda. Necesito una buena pelea, necesito una dosis de pyro, necesito…
Oigo la puerta abrirse bruscamente. No me doy la vuelta.
–¡Warren!
Me giro. En el umbral de la puerta principal está Will, con su melena recogida en una larga trenza negra que me hace pensar en su látigo, sus ojos de un azul que parece una alucinación producida por la pyro y la cicatriz blanca sobre sus labios casi desaparecida en su sonrisa.
¿Dónde vas? – pregunta mientras empieza a dejar armas en la mesa con aire relajado.
La miro sin saber qué responder. Sabe perfectamente la edad que tiene. Sabe perfectamente lo que eso significa. Pero ahí está, hablándome como siempre, tranquila y  alegre como si todo estuviera bien entre nosotros.
¿Quiere que baje la guardia?
Sin pensar, agarro una de las ampollas de pyro de mi cinturón y pulso el botón que despliega la aguja. Will aparta la mirada del chaleco de kevlar que estaba desabrochándose, mira mis manos, me mira a la cara y da un paso atrás, acercándose a la mesa y al látigo que ha dejado sobre ella.
Warren… – murmura mientras su mano se acerca lentamente a su propio cinturón, a sus propias dosis de pyro.
Me clavo la aguja en el pliegue del codo sin apartar la vista de ella, pendiente de cualquier movimiento que haga. Siento la droga correr por mis venas como un torrente, ralentizando los latidos de mi corazón, agudizando súbitamente todos mis sentidos. Puedo ver la palidez de Will, puedo oír su respiración agitada. Todos mis músculos vibran con energía contenida y el peso de la katana a mi espalda ya no es nada. Podría cruzar las dos zancadas que nos separan en un segundo, podría matarla tan rápido que ni se daría cuenta de lo que está pasando.
Pero es Will.
No – susurra ella, pero recoge su látigo de la mesa y lo empuña con firmeza–. No tienes por qué hacer esto.
Sí tengo por qué hacerlo.
No tenemos…
¡Vete! – le grito mientras salto hacia ella, desenfundando la katana.
Will bloquea el golpe con la empuñadura de su látigo y me da una fuerte patada en el estómago, aunque la pyro hace que apenas la note. Empujo el filo de mi katana contra ella, aunque no lo enciendo. ¿Por qué no hacerlo? El calor le haría soltar el látigo. Podría matarla.
¡No! – grita Will con furia, y veo como con la mano izquierda coge una de sus propias ampollas de pyro–. ¡Basta ya!
Le clavo la rodilla en el estómago, tratando de detenerla, pero ella aguanta el golpe y se clava la ampolla de pyro en el punto de unión entre el cuello y la clavícula, su lugar favorito para inyectarse.
Joder, cuántas veces no me he imaginado besándola ahí.
Me aparto de ella de un salto, sintiendo que pese a la pyro y pese a todo, mis huesos no son lo bastante fuertes como para sostener mi cuerpo. Will se agazapa con el látigo listo y cuando lo enciende infinidad de rayos de electricidad recorren su cadena plateada. Me mira con una mezcla de ira y dolor que no puedo soportar.
Miro por la ventana. Los neones de Paradise City se extienden casi hasta el horizonte, donde se rinden al desierto y a la noche. Allí se pueden ver las estrellas. He llevado a Will a verlas un millón de veces.
Lárgate, Will – susurro sin apartar la vista de la ventana. El reflejo del rostro de Will está atravesado por las luces de mi ciudad-estado. Seguramente son esas luces las que crean la ilusión de que tiene las mejillas cubiertas de lágrimas. Es difícil decirlo bajo los efectos de la pyro–. Vete. No me obligues a hacer algo que no quiero hacer.
No tenemos que…
¡Vete! ¡Lárgate! ¿Qué es lo que no estás entendiendo, mocosa callejera? ¡Te he dicho que te vayas, que no te quiero cerca! Ya no eres útil, ¡ya no te necesito! – estallo, pero me niego a mirarla.
Me niego a mirarla porque sé que no me va a creer.
O porque quizá lo haga y no pueda soportar la decepción en su rostro.
Ni siquiera con todos mis sentidos aguzados por la pyro la oigo marcharse. Solo oigo el ruido de la puerta al abrirse y cerrarse de nuevo, muy suavemente. Cuando recorro el salón con la mirada me doy cuenta de que solo se ha llevado su látigo y el cuchillo que he estado lanzando contra la pared, nada más.
Entro en la habitación donde suele dormir cuando nos quedamos en este piso. Es evidente que ella ni siquiera ha pasado por aquí antes de irse, porque sigue siendo el mismo desastre que cuando la dejó esta mañana para ir a solucionar un asunto para la Corporación Prometeo. La cama sigue revuelta. Mis sentidos agudizados perciben rastros de ella en todas partes: su olor en el aire, un par de cabellos sobre la almohada, una huella de su mano en la ventana.
Todo se reduce a matarla, que me mate o que nos maten a los dos.
Me siento en su cama, desaparecida ya toda furia. De pronto solo estoy muy cansado, aunque sé que la pyro no me dejará dormir. En cualquier caso, no es ese tipo de cansancio. Cierro los ojos y aprieto los dientes con todas mis fuerzas mientras trato de apartar los ojos de Will de mi mente.
Aunque sé que no voy a ser capaz.