viernes, 27 de abril de 2018

Antes del Incendio | Willow Wannamaker

¡Hola Todos!
Hoy nos toca la tercera entrada de la serie de relatos previa a mi novela "Crónica del Incendio". "Antes del Incendio" es una serie de cinco relatos protagonizados por cinco de los personajes de la historia. Todos tienen lugar antes de los eventos que se narran en "Crónica del Incendio"; este en concreto tiene lugar once meses antes de que empiece el libro. Como quizá recordaréis si habéis leído la sinopsis, Willow es uno de los dos personajes principales de la novela... y una de los favoritos de todos mis lectores beta. También es el personaje más complejo y con más capas. 
La ilustración, como siempre, viene de la mano de Jota Ilustrador y es exactamente como imaginaba a mi chica guerrera. Y el gallego es cortesía de mi queridísima Lia, porque como hubiera dependido de mí Neira hubiera sido un desastre. Dadle las gracias por habernos salvado a todos de un horror estereotipado.
¡Espero que os guste!

Willow Wannamaker

Vinland

La nieve cubre cada centímetro de la ladera de la montaña. Incluso de noche puedo ver perfectamente sin necesidad de pyro, porque el blanco refleja la luz de las pequeñas linternas portátiles que hemos colocado a nuestro alrededor. Borya, el único vinlandés del grupo, construyó un par de parapetos de nieve para que la luz no fuera muy visible desde el pueblo. De cualquier modo, el cielo está inusualmente despejado, así que la nieve refleja también la luz de las estrellas. Cada vez que las miro danzan en el cielo, formando estelas que me recuerdan a los neones de Paradise City.
A Warren.
Le lanzo una mirada aviesa al comunicador, que lleva horas en silencio. Zasha se ha ido al pueblo con la mayor parte de nuestra banda. Nos ha dejado a Neira y a mí aquí, esperando por si necesitan refuerzos o que les saquemos de una mala situación. Puedo ver las luces del pueblo, al pie de la ladera helada. El viento sacude el lugar entero como si quisiera tirar abajo la montaña. Juro que daría cualquier cosa por estar ahí abajo con Zasha y el resto, peleando. Al menos así entraría en calor.
–Puto frío –mascullo entre dientes y la carcajada de Neira me llega desde algún punto a mis espaldas.
Coitadiña –se mofa, y aunque no entiendo qué djinns ha dicho la burla está implícita en su tono de voz.
–No me hables en nóvense –resoplo, mientras Neira vuelve a reírse–, ¿o quieres que empiece a darte órdenes en paradisíaco?
–No es novense, Wannamaker –replica mientras salta al suelo desde el parapeto en el que estaba encaramada–. Y por mucho que Zasha diga que eres la segunda al mando, eso es algo que tienes que ganarte.
–Como si yo quisiera algo de vosotros –escupo, mientras cojo el comunicador de nuevo–. Zasha. ¿Lo tenéis ya o no?
Solo recibo estática como respuesta. No puedo ni plantearme que a Zasha Záitsev, el único amigo que me queda sobre la faz de la tierra, el jefe de mi banda de mercenarios, la persona que me ha traído a luchar a Vinland, le haya pasado algo. Asumo que estarán intentando hacer alguna operación retorcida de esas que ingenia Borya.
La verdad es que no tengo ni idea de qué va esta guerra, ni me importa una mierda. Hace casi un año que Zasha me ofreció un puesto en su banda, lo que significaba viajar a un lugar lejos de Paradise City y de la posibilidad de acabar con la katana de Warren en las tripas. Eso era todo lo que necesitaba saber. Eso, y que había una paga, claro. ¿Qué me importa a mí si el gobierno es cruel o si los rebeldes sufrían bajo el yugo de nadie? El que paga hace la ley, eso lo aprendí en las calles hace tiempo.
–¿Todos los outsiders ponéis esa cara de asco cuando pensáis o eres tú sola?
–¿Todos los novenses tenéis diarrea verbal o eres tú sola, Neira?
La rubia novense me responde con una risilla y siento como se deja caer en la nieve a mi lado, sujetando su rifle de francotiradora entre las manos. Podría decirle que Zasha le ha ordenado que vigilase desde lo alto del parapeto y que no debería abandonar su puesto. Pero ser jefe es el trabajo de Zasha, no el mío.
–Sabes, siempre me he hecho muchas preguntas sobre los outsiders.
Le respondo con un gruñido molesto mientras empiezo a frotarme las manos y echarme el aliento sobre ellas, tratando de recuperar algo de sensibilidad en los dedos helados, pero sin mucho éxito.
–Todo eso de que maestro y aprendiz tengan que matarse el uno al otro… es un poco melodramático, ¿no?– insiste.
Le lanzo la mejor de mis miradas asesinas sin poder evitarlo.
–¿Qué djinns te ha contado Zasha?– escupo, buscando mi látigo en mi cadera antes de darme cuenta de que está enrollado al fondo de mi mochila, porque se supone que ya no soy una outsider y no debería usarlo.
Aunque el tatuaje sobre la ceja no va a desaparecer así como así.
–Nada, nada –responde Neira alegremente, como si no se diera cuenta de que estoy deseando cargármela–. Es curiosidad, pero vamos, se ve que el dramatismo es requisito para entrar en el gremio. Qué pose de asesina a sueldo…
Su forma de meterse conmigo me recuerda a Warren y no puedo evitar una media sonrisa. En menos de un segundo, observo su postura y la distancia con el hueco de salida en el parapeto y sonrío más ampliamente.
–¡Eh! –protesta Neira cuando le asesto un golpe seco en la parte alta del brazo.
Resbala hacia atrás en la nieve mientras suelta el rifle y sus dedos buscan algo a lo que agarrarse. La nieve se desmorona entre sus dedos y abre los ojos muy ampliamente, casi con pánico, mientras se precipita al vacío por el hueco.
La agarro por el tobillo justo antes de que empiece a rodar ladera abajo.
        –Qué merda tés! –me grita con rabia en ese maldito idioma que no hablo–. Mira merdeira, ou subes a corda, o xúrote que fago un caldo cos teus ósos…
        –¿Te suelto entonces?
Neira me mira en silencio, con un gesto que mezcla el enfado con una chispa de diversión.
No debería cogerle cariño a esta gente. No debería cogerle cariño a nadie.
La nieve en torno a Neira se vuelve luminiscente, arrancando mil destellos al aire, envolviendo su figura despatarrada como un velo de luz. Entrecerrando los ojos, aparto la vista de la escena y miro hacia el interior del parapeto, donde el reflejo rojizo de las linternas portátiles en la nieve me recuerda demasiado al filo de la katana de Warren.
Warren.
–¿Vas a subirme o no? –protesta Neira, y tiro de ella bruscamente.
La rubia se queda un momento tendida boca arriba, recuperando el aliento con expresión de desconcierto.
–Eres el bicho más raro que he visto nunca, Wannamaker.
–Es por el prestigio –murmuro, con la vista aún fija en los reflejos rojizos que me hacen pensar en Warren–. Por mantener el equilibrio, también. Al principio los outsiders no eran como ahora, había más de trece. Una mujer alzó a casi cien contra una de las grandes corporaciones. Perdió, pero estuvo a punto de ganar. Desde entonces nunca ha habido más de trece de nosotros a la vez, para que nunca seamos tantos que pudiéramos destruir a una corporación.
Neira asiente, pensativa. Por lo que sé, pasó parte de su adolescencia en Paradise City como mercenaria, así que las corporaciones habrán sido su día a día. Hoy matas para Prometeo, mañana espías para Nova. Grandes empresas que gobiernan Paradise City con mano de hierro, con una remota apariencia de legalidad de cara a las otras ciudades-estado.
Basura criminal, nada más.
–Pero en mi mundo todo tiene que ver con el prestigio –continúo, y realmente no estoy segura de si se lo estoy contando a Neira o estoy… ¿qué estoy haciendo? –. Me llamas dramática, pero no entiendes que el miedo es parte de lo que vendemos. Terror. “Enviaré a un outsider a por ti” es una amenaza efectiva porque la gente nos teme. ¿Prefieres un tiro en la cabeza o que te dé latigazos con una cadena al rojo vivo, que cada latigazo venga acompañado de una descarga eléctrica hasta que mueras por las heridas o por un infarto?
–Recuérdame que no te cabree nunca, Wannamaker –masculla Neira mirándome de reojo–. ¿Y qué tiene eso que ver con matar a los aprendices?
–¿Qué te da más miedo, un tipo que cría a un chaval desde su infancia y lo convierte en mercenario o el tipo que cría a ese niño y lo mata sin piedad al llegar el momento en el que ya no le es útil? –pregunto, poniendo los ojos en blanco–. Es un equilibrio delicado, porque un aprendiz mediocre puede costarte la vida en una misión, pero uno excepcional…
–Ya –me interrumpe Neira–. ¿Quién carallo querría entrenar a alguien que acabará matándote?
Warren.
–La cosa es si quieres un aprendiz de mierda que pueda costarte la vida en una misión, o uno que te mantenga con vida hasta poder hacerse con tu puesto –mascullo, mientras me fijo en que la luz de las linternas comienza a desparramarse por la nieve como fuego líquido, alcanzando el parapeto y los pies de Neira.
Brilla tanto que creo que me van a llorar los ojos.
–Estáis como putas regaderas, Wannamaker –escupe Neira, pero antes de que termine de hablar el pueblo al pie de la montaña se ilumina súbitamente.
El sonido tarda aún unas milésimas de segundo en llegar, pero entiendo que Zasha y los demás están teniendo problemas.
Cona! –exclama Neira, cogiendo su rifle y apartándose el pelo empapado de los ojos.
–Zasha –llamo por el comunicador, ignorándola–. Zasha, ¿qué djinns ha pasado? ¿Qué hay ahí abajo?
Por el comunicador solo recibo estática, pero del pueblo nos llega el inconfundible sonido de los disparos. Eso quiere decir que, como mínimo, algunos de los nuestros están vivos.
–¿Tenemos que ir a salvarle el culo a tu novio? –pregunta Neira, acercándose a la salida del parapeto.
–No es mi novio, novense –bufo mientras me acerco a ella y le doy un empujón para que baje.
Sin embargo, no parece en absoluto intimidada.
–Con lo encantadora que eres, me pregunto por qué será.
No respondo a la provocación. La aparto con brusquedad y empiezo a bajar por la ladera, viendo la luz naranja de las explosiones derramarse sobre el cielo nocturno y mezclarse con el blanco brillante de las estrellas. Es tan bonito que por un momento me pregunto si no podría sencillamente quedarme aquí, contemplándolo.
Sacudo la cabeza. Las cosas bonitas no sirven de nada. No debería importarme la seguridad de Zasha. No debería caerme bien Neira. Al final todos me traicionarán, al final todos me apartarán de su lado cuando dejen de necesitarme. Así son las cosas.
Así han sido siempre en Paradise City.

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